Reflexiones desde uno y otro lado del camino, a propósito de los Tiempos Líquidos.

martes, 11 de mayo de 2010

No pienses en esta anécdota

Uno de los fenómenos más curiosos en los tiempos que nos toca vivir es la proliferación de anécdotas que se insertan en el discurso de la incertidumbre, caos y crisis por doquier.

Anécdotas que adoptan todas las formas inimaginables, desde cualquier video viralizado de youtube, al perro Lukánikos, al “experimento” de qué le ocurre a un IPAD si le metes en la batidora o en el microondas, etc.

Creo que interpretar que su función social es la de servir como divertimento, como válvula de escape o distracción puede ser, aunque tengan también dicho cometido, demasiado simplista o restrictiva.

George Lakoff en su libro “No pienses en un elefante”, expone con claridad que nuestra manera de comprender la realidad depende de los “marcos” mentales que estructuran cómo interpretamos lo que vemos u oímos, qué tipo de metas nos fijamos, etc.

Mi hipótesis es que tal proliferación de anécdotas puede estar funcionando como mecanismo para “reinsertar”, focalizar nuestra atención en un espacio-tiempo fluido, actuando como pequeñas dataciones en nuestros relatos vitales: su viralidad les permite introducirse en nuestro discurso compartido, favoreciendo la propagación de múltiples “aquí y ahora” que actúan como verdaderos “lugares de encuentro”.

Mientras que en su papel de “distracción” o divertimento, cumplen una función fática, de simple engrase de la interacción con otros; en su rol de datación, de propagación de múltiples “aquí y ahora”, parecen apostar por transmitir y compartir códigos de marcos mentales.

¿Qué posibles marcos mentales subyacen al “perro Lukánikos”, el IPAD en la batidora, el video de “asereje” interpretado por una orquesta sinfónica…?

La reciente crítica de Obama cargando contra el divertimento como pervertidor de la democracia nos brinda abundantes pistas sobre tales marcos.

Frente al “carácter emancipador de la información” nuestra tendencia lúdica a ver/leer, transmitir, reenviar, retwittear, cualquier estupidez, parece condenarnos a no querer abandonar dicha servidumbre (la expresión emancipación pronunciada por uno de los Padres de la historia moderna, exhortando a la liberación de la “patria potestad”, es cuando menos paradójica).

Frente a una entrada en el mundo adulto: un mundo donde somos bombardeados continuamente con todo tipo de asuntos que nos exponen a todo tipo de argumentaciones cuya veracidad es, por lo menos, dudosa”; nuestra actitud por la anécdota nos condena a privarnos de los placeres del análisis ideológico, filosófico o institucional, haciéndonos, por tanto, incapaces de discernir la veracidad de los discursos que nos exhortan a la búsqueda de la verdad.

Frente al deseo de todo Estado de recibir con nitidez y claridad las opiniones de sus ciudadanos –cuya expresión más lacónica sería: una voz, un voto-, parece que nuestro comportamiento amplificador de anécdotas y estupideces, colapsa las antenas y oídos de nuestras instituciones: “...ello no únicamente supone una presión sobre cada uno de nosotros, también para el país y la democracia".

Frente a la seriedad y temor reverenciado que debería producirnos el cambio y la situación de incertidumbre actual, ante los cuales lo mejor es asumir una actitud prudente y defensiva (“no podemos parar los cambios pero nos podemos adaptar a ellos"), nos empeñamos, desde nuestra inmadurez y espíritu lúdico, en adoptar un comportamiento alocado subiéndonos al tren y dedicándonos a corretear por los vagones.

En fin, me atrevo a asegurar que nuestro carácter díscolo va a condenarnos a que no hagan carrera de nosotros.

1 comentario:

  1. Pues me alegro. Lo estúpido, si no suicida, es querer cercenar los más sanos mecanismos de defensa de los que nos dotó la naturaleza para, también, aguantar los momentos de dudosa supervivencia.

    ResponderEliminar