Reflexiones desde uno y otro lado del camino, a propósito de los Tiempos Líquidos.

martes, 25 de mayo de 2010

Es tiempo de series

No quiero hablar de “Perdidos”, pero si me gustaría reflexionar sobre el espacio que ocupa una serie como ésta en nuestro espacio narrativo vital.

Simplificando hay dos diferentes tipos de series: por un lado, las que denomino “series reflexivas y con personajes fractales” (Perdidos, Héroes… Twin Peaks) y, por otro, “series relato y con personajes claroscuros” (CSI, Los Soprano… Canción Triste de Hill Street).

Las series-reflexivas constituyen un buen ejemplo del espacio narrativo vital postmoderno (o de “radicalización de la modernidad”, siguiendo a Giddens), por lo que su presencia y continuidad parece asegurada. Su reflexividad se da a varios niveles:

Por un lado, los personajes se mueven en una dialéctica de refracción de su hacer y su saber, que va más allá de los interrogantes existenciales que se plantean los personajes de las series-relato: si en estos últimos sus preguntas van dirigidas a dotar de profundidad y matices al rol desempeñado; los personajes de las series-reflexivas pretenden dar inteligibilidad a su personaje dentro del juego de otros personajes y de la propia serie. Son en buena medida coguionistas de su propio personaje. Así, mientras en las series-relato los personajes tenían por objetivo hacer creíble ante el espectador la puesta en juego de la personalidad desempeñada; los personajes de las series-reflexivas son “fractales” de la propia narración: cada uno de ellos encierra como posibilidad al resto de personajes y cada uno apunta a los múltiples desarrollos potenciales de la propia serie.

Por otro lado, si en las series-relato la paternidad de las mismas era obra de sus guionistas, las series-reflexivas se “redactan” en un influjo circular de guionistas-espectadores-guionistas: los guiones no se pretenden acabados sino que exploran cauces de actuación que deberán ser retroalimentados por los propios espectadores.

Mientras que las buenas series-relato tenían como función discursiva establecer narraciones vitales ante las que poder generar algún grado de identificación en el espectador –si no directa, si al menos de reconocimiento de “los otros posibles”-, las series-reflexivas parecen renegar de todo intento de acotación: las “pistas” que se dan al espectador sólo son validas hasta nuevo aviso, los desarrollos que se apuntan como líneas argumentales sólo son expectativas a la espera de confirmación, el “comienzo” de la serie puede instaurarse cuantas veces se desee, el “final” es sólo una mera demarcación marketing.

Las series-relato están aún inscritas en un paradigma de lo temporal, lo histórico, lo denso; constituyéndose en una visión relicta de un tiempo-espacio que ya no es: el espectador puede seguirlas consciente de su valor intrínseco de continuidad. Así, los personajes “maduran” a lo largo de las mismas y se perfilan revelando su mayor o menor profundidad de carácter; las “entradas” y “salidas” de personajes reflejan la misma coreografía de cualquier relación social; si el espectador no sigue todos los capítulos puede estar seguro de reconocer a la misma serie cada vez que vuelva; la consistencia o credibilidad de la serie está depositada en el hacer; las series pueden terminar sin tener la obligación de ningún gesto que de sentido a su existencia - como ocurre con la mayoría de los seres humanos-.

Frente a ello, las series-reflexivas pertenecen al dominio de la realidad-fluida (o es posible que sean los avances de una virtualidad “densa”). El desarrollo y seguimiento de las mismas es cada vez menos televisivo y más de la Red (la tele es solo un “momento de la verdad”, en el sentido de un punto de acceso al re-anclaje de la confianza del espectador hacia la serie); el espectador se enfrenta –aunque obviamente no en soledad- a la incertidumbre sobre su competencia interpretativa: ¿será capaz de encontrar las claves que den sentido a lo que ve?, ¿a qué puede dar respuesta y qué quedará como no cognoscible?; la narración se despliega y gira sobre sí misma a través de todos los canales disponibles (twitter, blogs, facebook..) constituyendo otros escenarios posibles a los propios de la serie; la serie pasa de estar confinada en el espacio-tiempo del hogar, para constituirse en un fenómeno de repercusiones mediáticas globales…

La interactividad del espectador cobra una nueva carta de naturaleza ante las series-reflexivas: se demanda de éste un ejercicio de reflexividad, no tanto destinado a la dilucidación de la misma, que sería no pertinente –su estrategia y atractivo está en lo que no resuelven, en los interrogantes que abren antes que en los que cierran-, sino dirigido a insuflar su narratividad instituyente – la instituida aún está en manos de los guionistas-. Es decir, los espectadores de Perdidos, y similares, son creadores de sus propias series.

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