La senda del demiurgo

Reflexiones desde uno y otro lado del camino, a propósito de los Tiempos Líquidos.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Serenamente hablando.... (Labordeta)

Hoy, nuevamente, una voz ha pasado a instaurarse en el campo del recuerdo.

Hubo un tiempo en que palabras como “libertad” debieron ser cantadas y gracias a ello se formaron los "trazos de la canción" en los que gestamos nuestros mitos de renacimiento, de surgimiento de un mundo nuevo.

Vino el “mundo nuevo” y pocos reconocieron en él las esperanzas puestas. De pronto se nos exigió el olvido como expresión de reconciliación hacia aquéllos que nunca renunciaron a lo que fueron.

Poco a poco las tardes de invierno en el aula con la estufa de carbón, el rosa rosae, los “grises”… se convirtieron en las batallitas que sólo en momentos de relajación etílica y ante iguales nos atrevíamos a contar.

Asistiremos, una vez más, en este mundo conformado y amnésico, a una puntual loa de la singularidad y la autenticidad, no tanto como reivindicación del deber ser, sino como una concesión momentánea a la tozudez y la cabezonería del que se empeñó en seguir siendo cabal.

Mientras tanto, iremos recogiendo los fragmentos de lo que una vez fuimos con la compulsión de aquél que ha hecho del síndrome de Diógenes la memoria de lo que ya no es.

sábado, 3 de julio de 2010

Aforismos II

Sentirse solo es conocer la angustia de que no hay un solo deseo,
una sola sensación que pueda ser compartida.

¿Quién puede expresar con palabras la luz del amanecer,
el dulce tacto de la almohada en tu piel, el leve sonrojo ante una mirada?

¿Dónde quedarán las imágenes de mi niñez?

¡Jamás podremos engendrar el hijo de la memoria!

¡Qué inmenso orfanato es este mundo!

                           ***
 De las 24 horas del día, sólo en algunos momentos me pertenezco, aquéllos
en los que tomo conciencia del Otro como posibilidad de mi existencia.

Si me fuera abolida dicha certidumbre, dejaría de sufrir, pero caería en la infinita
prepotencia de aquél que no demanda nada de los demás  porque habría hecho de sí
el objeto de su deseo, agotarse hasta la nausea.

domingo, 27 de junio de 2010

¿La eternidad? Sí, ahí a la vuelta en el supermercado.

Un breve repaso al dominical de hoy: “Moments. Haz que cada momento que vives dure para siempre”; “Eternity Aqua. Calvin Klein”; “El tiempo es reversible. Aquí tienes la prueba… Con Clarins lift anti-rides jour desafía al tiempo. En el corazón de este famoso tratamiento icono…”; “History begins every morning.  TAGHeur”; “La juventud está en tus manos. Reactívala. Génifique, activador de juventud”…

Si la publicidad es el gran trampantojo de nuestra sociedad, nuestra existencia tiene que estar ya cotizándose negativamente. Mientras los políticos del G20 se debaten en las incertidumbres del no-hacer haciendo, sus administrados se debaten en la búsqueda de la fórmula más exitosa de perennidad.

En ambos casos, su inscripción en el tiempo viene marcada por los signos de la caducidad y de un fluir que ya no está bajo su control. No es sólo que el poder económico no esté ya en manos de los Estados, tampoco lo es el espacio tiempo: sus fronteras hace tiempo que se han vuelto permeables a la globalización y el tiempo también cotiza en los mercados.

Nuestro terror a instalarnos en el decurso vital, a tomar conciencia de nuestro carácter mudable y transitorio (y más ahora que las esperanzas del hacer y de la redención han dejado de orientar nuestro transitar),  nos impulsa a la búsqueda de griales a precios aparentemente asequibles: los “famosos tratamiento icono” que nos ofrecen llevan en sí mismos la promesa de no cumplimiento de la misma. Reconozcamos que deben ser coherentes con su lógica del beneficio: deben auto agotarse en cada acto de consumo, para hacer viable el siguiente.

Como no podía ser menos, en esta sociedad del libre ejercicio a la incertidumbre, nuestra actividad debe orientarse a saber  acertar en la elección del “famoso tratamiento icono”.

El deseo y la fantasía de hacer “cada momento inolvidable”, para que nosotros seamos “monumento”, corre el peligro  de que se cumpla y nos instale definitivamente en un “día de la marmota” sin fin, convirtiéndonos en el Nuevo Sísifo de la postmodernidad.

Aforismos I

Somos restos del naufragio del tiempo,
instantes evanescentes,
conciencia ínfima.

      ****

No has sabido retenerme,
espíritu nefasto del tiempo.
Has querido encerrarme en
el orden y la tranquilidad
y mi angustia me ha dicho
que soy libre.

    ****


Estoy condenado a ser yo mismo
como pago a mi osadía de estar vivo

domingo, 6 de junio de 2010

El efecto ocultador y abdicador de la responsabilidad de la ley de Moore

Leyendo la entrevista a Michio Kaku uno no puede por menos que dejarse llevar por su optimismo y por su simplificada visión de la historia y la realidad. Es evidente, y en ello hay que darle la razón, que es imposible negar lo que la tecnología nos ha aportado para “salir de las cavernas” como a lo largo de la entrevista repite una y otra vez ante preguntas más o menos delicadas: “un mundo sin ella es volver a las cavernas. La tecnología nos encanta”; y el efecto “anti totalitario” que, al parecer, somos capaces de lograr armados con nuestros móviles y páginas web: “Las tropas no pueden cometer atrocidades ahora tan fácilmente. En los libros de historia, me pongo a llorar cuando leo una masacre de 100.000 personas reducida a una nota a pie de página. ¿Puede imaginárselo? Es algo que no resulta fácil hacer hoy día. Casi todo el mundo tiene un teléfono móvil, una cámara de televisión o está conectado. Para los dictadores es más difícil cometer atrocidades ahora”.   Es posible que situaciones como las de Irak, Gaza, Afganistán, etc. debamos dejarlas al margen porque aún no están en los libros de historia y que tampoco “podamos imaginarlas” porque no ha hecho falta ningún esfuerzo de imaginación: las hemos visto una y otra vez como tele-realidad. La imaginación nos la han requerido los “dictadores de turno” a la hora de asumir las atrocidades como otras cosas: defensas preventivas, Lucha contra el Mal, La madre de todas las batallas, etc.

El “optimismo” de  Kaku, y en buena medida su ceguera ideológica-intelectual, están basados en la famosa ley de Moore -la cual se verá superada también por ella misma-: “Como físicos, sabemos el ritmo al que evolucionan los ordenadores. Por eso podemos adentrarnos 15 o 20 años en el futuro. En 2020, los chips costarán un penique. Lo que significa que el poder de computación será invisible, estará en todas partes y en ningún lugar, como la electricidad, el papel, el agua. Tendremos ordenadores dentro de nosotros, en nuestra ropa, en las paredes”,“Eso es el pasado; el futuro traerá la nanotecnología. Incluso la ley de Moore, que predice que la velocidad de los procesadores se doblará cada 18 meses, se volverá obsoleta”.

Kaku, como otros pensadores, puede asumirse como un representante de lo que Jaron Lanier denomina “totalismo cibernético” (“La mitad de un manifiesto”, paginas 290-325, en "El nuevo humanismo y las fronteras de la ciencia". Edición a cargo de John Brockman, Editorial Kairos, 2007), que en el artículo de referencia vendría caracterizado por seis creencias, de las cuales quiero hacer mención a dos:

Creencia nº 5: que los aspectos tanto cualitativos como cuantitativos de los sistemas de información se acelerarán debido a la ley de  Moore.

Creencia nº 4: que lo que Darwin describió en biología o algo similar a ello, de hecho es también la descripción singular y superior de toda creatividad y cultura.

En la argumentación de Jaron Lanier se desmonta la falacia que supone creer que la ley de Moore es aplicable tanto al hardware como al software y que se piense más en términos de ordenadores ideales frente a los ordenadores reales con los que convivimos:

“Si algo puede decirse sobre la cualidad del software, es que la ley de Moore funciona en este caso a la inversa: a medida que los procesadores se hacen más rápidos y la memoria se abarata, el software es cada vez más lento y está más abotargado, pues agota todos los recursos disponibles. Bueno, sé que no estoy siendo del todo justo al hablar así. La capacidad de reconocer el habla y de traducir idiomas ha mejorado, y estamos aprendiendo a ejecutar redes y bases de datos más extensas. Pero en esencia nuestras técnicas y tecnologías de software sencillamente no han progresado al ritmo de hardware”


“La distancia que existe entre los ordenadores ideales que imaginamos en nuestro pensamiento y los ordenadores reales a los que damos rienda suelta en el mundo no podría ser más desalentadora.

Es el haber convertido en fetiche la ley de Moore lo que seduce a los investigadores y les induce a la complacencia. Si uno tiene de su lado una fuerza exponencial, seguro que superará sin dificultad todos los retos. ¿A quién le importa el entendimiento racional, cuando se puede confiar plenamente en un fetiche exponencial sobrehumano? Pero el poder de procesamiento no es lo único que escala a un ritmo impresionante: también lo hacen los problemas que los procesadores han de resolver”.

Así mismo, cuestiona la actitud abdicadora, de retraimiento intelectual, a la hora de explicar cómo se puede lograr una similar progresión o evolución en el software y de cómo hacer frente a los retos que ella comporta:

“Desgraciadamente, en la actual situación debo tomarme un momento para aclarar que no soy un creacionista. Estoy criticando en este artículo lo que considero simple pereza intelectual: retraerse y, en lugar de intentar comprender los problemas, poner las esperanzas en un software que evolucione por sí mismo”


“Tanto el software creado por el ser humano como la selección natural parecen acumular capas jerarquizadas que varían en cuanto a su capacidad para agilizar los cambios. Una serie de capas de cambio lento protege determinados escenarios en los que existe un potencial de cambio más rápido. En el campo de la informática, ésta es la línea divisoria entre sistemas operativos y programas, o entre exploradores y páginas web… (..) Desde el punto de vista de algunos de mis colegas, todo cuanto se ha de hacer es identificar en un sistema cibernético una capa apta para el cambio rápido y esperar que la ley de Moore haga su magia…(..) El problema es que, en todos los casos que conocemos, la capa que puede cambiar con rapidez no puede cambiar demasiado: los gérmenes pueden adaptarse rápidamente a un nuevo medicamento, pero seguirán necesitando muchísimo tiempo de evolución para llegar a ser lechuzas. Tal vez se trate de un inherente factor compensatorio”


“Así pues, aunque me encanta Darwin, no confiaría en él como programador informático”

Como indica Kaku “quizá en 20 años consigamos cultivar cualquier órgano excepto el cerebro. Pero incluso en este caso, quizá logremos cultivar tejido cerebral para inyectarlo en nuestro propio cerebro”, pero el problema seguirá siendo el mismo: si cultivaremos algo más que neuronas y cuál será el fruto del mismo.

No soy ningún experto en la materia, pero sospecho que la revolución cuántica será también de hard – a no ser que la misma sea en sí misma inteligible,  cual deus ex machina- y no de soft –intelectual, social, cultural-, por lo que me parecen muy acertadas las reflexiones finales de Jaron Lanier:

“Comparto la creencia que defienden mis colegas totalistas cibernéticos de que la tecnología provocará inmensos y repentinos cambios en un futuro cercano. La diferencia es que yo creo que lo que quiera que ocurra será responsabilidad de personas individuales y de las cosas específicas que hagan. Considero que tratar la tecnología como entidad autónoma es, de entre las profecías, la que por excelencia acarrea su propio cumplimiento: no hay diferencia entre la autonomía de las máquinas y la abdicación de las responsabilidades del ser humano… (..) Así pues, yo me preocuparía más por el futuro de la cultura humana que por los nuevos artilugios. Y lo que me preocupa del radicalismo cultural que exhiben los totalistas cibernéticos es que parecen no haber sido educados en la tradición del escepticismo científico…”

sábado, 29 de mayo de 2010

20:06, un momento de lucidez.

Escuchando la banda musical de "Blade Runner" no puedo dejar de pensar que las lagrimas que se desvanecen en la lluvia no son sino una metáfora solipsista de nuestra conciencia de estar en el mundo.

Nos han programado para hacernos creer que lo irracional es inevitable, que introducir cualquier atisbo de lucidez en el sistema puede acarrear unas consecuencias impredecibles.

La incongruencia del presente -también su desfachatez- se nos presenta contrafácticamente como el menor de los posibles escenarios negativos del futuro.

Nos escamotean el futuro al mismo tiempo que transforman nuestro presente en un limbo gris.

Y como a los nexus-6 nos implantan recuerdos, trayectorias vitales, que ni siquiera nos permiten ahuecarnos en nosotros mismos.

El clavo en la mano, terapia momentánea para seguir manteniendo la lucidez, es, como no podría ser de otro modo, un aviso de nuestra inmediata disolución en la lluvia y en el olvido.

martes, 25 de mayo de 2010

Es tiempo de series

No quiero hablar de “Perdidos”, pero si me gustaría reflexionar sobre el espacio que ocupa una serie como ésta en nuestro espacio narrativo vital.

Simplificando hay dos diferentes tipos de series: por un lado, las que denomino “series reflexivas y con personajes fractales” (Perdidos, Héroes… Twin Peaks) y, por otro, “series relato y con personajes claroscuros” (CSI, Los Soprano… Canción Triste de Hill Street).

Las series-reflexivas constituyen un buen ejemplo del espacio narrativo vital postmoderno (o de “radicalización de la modernidad”, siguiendo a Giddens), por lo que su presencia y continuidad parece asegurada. Su reflexividad se da a varios niveles:

Por un lado, los personajes se mueven en una dialéctica de refracción de su hacer y su saber, que va más allá de los interrogantes existenciales que se plantean los personajes de las series-relato: si en estos últimos sus preguntas van dirigidas a dotar de profundidad y matices al rol desempeñado; los personajes de las series-reflexivas pretenden dar inteligibilidad a su personaje dentro del juego de otros personajes y de la propia serie. Son en buena medida coguionistas de su propio personaje. Así, mientras en las series-relato los personajes tenían por objetivo hacer creíble ante el espectador la puesta en juego de la personalidad desempeñada; los personajes de las series-reflexivas son “fractales” de la propia narración: cada uno de ellos encierra como posibilidad al resto de personajes y cada uno apunta a los múltiples desarrollos potenciales de la propia serie.

Por otro lado, si en las series-relato la paternidad de las mismas era obra de sus guionistas, las series-reflexivas se “redactan” en un influjo circular de guionistas-espectadores-guionistas: los guiones no se pretenden acabados sino que exploran cauces de actuación que deberán ser retroalimentados por los propios espectadores.

Mientras que las buenas series-relato tenían como función discursiva establecer narraciones vitales ante las que poder generar algún grado de identificación en el espectador –si no directa, si al menos de reconocimiento de “los otros posibles”-, las series-reflexivas parecen renegar de todo intento de acotación: las “pistas” que se dan al espectador sólo son validas hasta nuevo aviso, los desarrollos que se apuntan como líneas argumentales sólo son expectativas a la espera de confirmación, el “comienzo” de la serie puede instaurarse cuantas veces se desee, el “final” es sólo una mera demarcación marketing.

Las series-relato están aún inscritas en un paradigma de lo temporal, lo histórico, lo denso; constituyéndose en una visión relicta de un tiempo-espacio que ya no es: el espectador puede seguirlas consciente de su valor intrínseco de continuidad. Así, los personajes “maduran” a lo largo de las mismas y se perfilan revelando su mayor o menor profundidad de carácter; las “entradas” y “salidas” de personajes reflejan la misma coreografía de cualquier relación social; si el espectador no sigue todos los capítulos puede estar seguro de reconocer a la misma serie cada vez que vuelva; la consistencia o credibilidad de la serie está depositada en el hacer; las series pueden terminar sin tener la obligación de ningún gesto que de sentido a su existencia - como ocurre con la mayoría de los seres humanos-.

Frente a ello, las series-reflexivas pertenecen al dominio de la realidad-fluida (o es posible que sean los avances de una virtualidad “densa”). El desarrollo y seguimiento de las mismas es cada vez menos televisivo y más de la Red (la tele es solo un “momento de la verdad”, en el sentido de un punto de acceso al re-anclaje de la confianza del espectador hacia la serie); el espectador se enfrenta –aunque obviamente no en soledad- a la incertidumbre sobre su competencia interpretativa: ¿será capaz de encontrar las claves que den sentido a lo que ve?, ¿a qué puede dar respuesta y qué quedará como no cognoscible?; la narración se despliega y gira sobre sí misma a través de todos los canales disponibles (twitter, blogs, facebook..) constituyendo otros escenarios posibles a los propios de la serie; la serie pasa de estar confinada en el espacio-tiempo del hogar, para constituirse en un fenómeno de repercusiones mediáticas globales…

La interactividad del espectador cobra una nueva carta de naturaleza ante las series-reflexivas: se demanda de éste un ejercicio de reflexividad, no tanto destinado a la dilucidación de la misma, que sería no pertinente –su estrategia y atractivo está en lo que no resuelven, en los interrogantes que abren antes que en los que cierran-, sino dirigido a insuflar su narratividad instituyente – la instituida aún está en manos de los guionistas-. Es decir, los espectadores de Perdidos, y similares, son creadores de sus propias series.