Reflexiones desde uno y otro lado del camino, a propósito de los Tiempos Líquidos.

sábado, 29 de mayo de 2010

20:06, un momento de lucidez.

Escuchando la banda musical de "Blade Runner" no puedo dejar de pensar que las lagrimas que se desvanecen en la lluvia no son sino una metáfora solipsista de nuestra conciencia de estar en el mundo.

Nos han programado para hacernos creer que lo irracional es inevitable, que introducir cualquier atisbo de lucidez en el sistema puede acarrear unas consecuencias impredecibles.

La incongruencia del presente -también su desfachatez- se nos presenta contrafácticamente como el menor de los posibles escenarios negativos del futuro.

Nos escamotean el futuro al mismo tiempo que transforman nuestro presente en un limbo gris.

Y como a los nexus-6 nos implantan recuerdos, trayectorias vitales, que ni siquiera nos permiten ahuecarnos en nosotros mismos.

El clavo en la mano, terapia momentánea para seguir manteniendo la lucidez, es, como no podría ser de otro modo, un aviso de nuestra inmediata disolución en la lluvia y en el olvido.

martes, 25 de mayo de 2010

Es tiempo de series

No quiero hablar de “Perdidos”, pero si me gustaría reflexionar sobre el espacio que ocupa una serie como ésta en nuestro espacio narrativo vital.

Simplificando hay dos diferentes tipos de series: por un lado, las que denomino “series reflexivas y con personajes fractales” (Perdidos, Héroes… Twin Peaks) y, por otro, “series relato y con personajes claroscuros” (CSI, Los Soprano… Canción Triste de Hill Street).

Las series-reflexivas constituyen un buen ejemplo del espacio narrativo vital postmoderno (o de “radicalización de la modernidad”, siguiendo a Giddens), por lo que su presencia y continuidad parece asegurada. Su reflexividad se da a varios niveles:

Por un lado, los personajes se mueven en una dialéctica de refracción de su hacer y su saber, que va más allá de los interrogantes existenciales que se plantean los personajes de las series-relato: si en estos últimos sus preguntas van dirigidas a dotar de profundidad y matices al rol desempeñado; los personajes de las series-reflexivas pretenden dar inteligibilidad a su personaje dentro del juego de otros personajes y de la propia serie. Son en buena medida coguionistas de su propio personaje. Así, mientras en las series-relato los personajes tenían por objetivo hacer creíble ante el espectador la puesta en juego de la personalidad desempeñada; los personajes de las series-reflexivas son “fractales” de la propia narración: cada uno de ellos encierra como posibilidad al resto de personajes y cada uno apunta a los múltiples desarrollos potenciales de la propia serie.

Por otro lado, si en las series-relato la paternidad de las mismas era obra de sus guionistas, las series-reflexivas se “redactan” en un influjo circular de guionistas-espectadores-guionistas: los guiones no se pretenden acabados sino que exploran cauces de actuación que deberán ser retroalimentados por los propios espectadores.

Mientras que las buenas series-relato tenían como función discursiva establecer narraciones vitales ante las que poder generar algún grado de identificación en el espectador –si no directa, si al menos de reconocimiento de “los otros posibles”-, las series-reflexivas parecen renegar de todo intento de acotación: las “pistas” que se dan al espectador sólo son validas hasta nuevo aviso, los desarrollos que se apuntan como líneas argumentales sólo son expectativas a la espera de confirmación, el “comienzo” de la serie puede instaurarse cuantas veces se desee, el “final” es sólo una mera demarcación marketing.

Las series-relato están aún inscritas en un paradigma de lo temporal, lo histórico, lo denso; constituyéndose en una visión relicta de un tiempo-espacio que ya no es: el espectador puede seguirlas consciente de su valor intrínseco de continuidad. Así, los personajes “maduran” a lo largo de las mismas y se perfilan revelando su mayor o menor profundidad de carácter; las “entradas” y “salidas” de personajes reflejan la misma coreografía de cualquier relación social; si el espectador no sigue todos los capítulos puede estar seguro de reconocer a la misma serie cada vez que vuelva; la consistencia o credibilidad de la serie está depositada en el hacer; las series pueden terminar sin tener la obligación de ningún gesto que de sentido a su existencia - como ocurre con la mayoría de los seres humanos-.

Frente a ello, las series-reflexivas pertenecen al dominio de la realidad-fluida (o es posible que sean los avances de una virtualidad “densa”). El desarrollo y seguimiento de las mismas es cada vez menos televisivo y más de la Red (la tele es solo un “momento de la verdad”, en el sentido de un punto de acceso al re-anclaje de la confianza del espectador hacia la serie); el espectador se enfrenta –aunque obviamente no en soledad- a la incertidumbre sobre su competencia interpretativa: ¿será capaz de encontrar las claves que den sentido a lo que ve?, ¿a qué puede dar respuesta y qué quedará como no cognoscible?; la narración se despliega y gira sobre sí misma a través de todos los canales disponibles (twitter, blogs, facebook..) constituyendo otros escenarios posibles a los propios de la serie; la serie pasa de estar confinada en el espacio-tiempo del hogar, para constituirse en un fenómeno de repercusiones mediáticas globales…

La interactividad del espectador cobra una nueva carta de naturaleza ante las series-reflexivas: se demanda de éste un ejercicio de reflexividad, no tanto destinado a la dilucidación de la misma, que sería no pertinente –su estrategia y atractivo está en lo que no resuelven, en los interrogantes que abren antes que en los que cierran-, sino dirigido a insuflar su narratividad instituyente – la instituida aún está en manos de los guionistas-. Es decir, los espectadores de Perdidos, y similares, son creadores de sus propias series.

lunes, 17 de mayo de 2010

Por una etnología de la soledad o una filosofía de la caída del tiempo

La sala de espera de un hospital o el trayecto diario en el metro, ejemplos de no lugares de los que habla Marc Augé, siempre me han resultado extrañamente inquietantes por la vivencia del tiempo que en ellos es posible sentir. Para ser más preciso diría del “no tiempo” que en ellos acontece (asumo la contradicción de hablar de un acontecimiento de no-tiempo).

El esplendido análisis que realiza Marc Augé de los no lugares como producto de lo que él denomina sobremodernidad, remite a experiencias que todos hemos sentido cuando estamos ante alguno de tales no lugares (otros no lugares serían: los espacios de los aeropuertos, las autopistas, los centros comerciales, los espacios de tránsito de las grandes urbes, etc.):  

“El pasajero de los no lugares hace la experiencia simultánea del presente perpetuo y del encuentro de sí”, “el espacio del no lugar no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud”, “se viven en el presente”, “el no lugar es lo contrario de la utopía: existe y no postula ninguna sociedad orgánica”...

La soledad y la experiencia del “presente perpetuo” aparecen como productos de los no lugares, como componente esencial de toda existencia social. De ahí, que Marc Augé proponga que los no lugares constituyen, hoy más que nunca, un genuino “espacio antropológico”, y como tal objeto de análisis de la etnología, o mejor aún de una “etnología de la soledad”:

“Ya no hay análisis social que pueda prescindir de los individuos, ni análisis de los individuos que pueda ignorar los espacios por donde ellos transitan... En el anonimato del no lugar es donde se experimenta solitariamente la comunidad de los destinos humanos. Habrá, pues, lugar mañana, hay ya quizá lugar hoy, a pesar de la contradicción aparente de los términos para una etnología de la soledad”. Marc Augé, “Los no lugares. Espacios del anonimato”, Editorial Gedisa.

Con todo, la dimensión temporal de los no lugares (anclados en el presente perpetuo) resulta el aspecto que personalmente concibo menos logrado del análisis de Marc Augé, toda vez que la misma se deriva como contraste o contraposición a lo “histórico”, a la posibilidad de historia, de los lugares.

Ciorán, desde sus peculiar visión existencial del ser humano, creo que vislumbró con mayor claridad qué significado hay que dar a la soledad, el presente perpetuo o el no postulamiento de ninguna sociedad orgánica de la que habla Marc Augé a propósito de los no lugares.
La reflexión que Ciorán realiza, como ser humano que “ha caído del tiempo”, brinda un marco que debería ser objeto de una profundización sociológica sobre cuál es la ubicación en el tiempo del hombre sobremoderno, postmoderno o como queramos autodenominarnos. Sirvan como ejemplos sus siguientes reflexiones:

“Mientras permanecemos dentro del tiempo, tenemos semejantes, con los que nos proponemos rivalizar; en cuanto cesamos de estar en él, ya no nos importa en absoluto lo que hagan ni lo que piensen de nosotros, porque estamos tan separados de ellos y de nosotros mismos, que producir una obra o tan sólo pensarlo nos parece ocioso o descabellado.. (..) El tiempo constituye -no queda más remedio que reconocerlo- nuestro elemento vital; cuando nos vemos desprovisto de él, nos encontramos sin apoyo, en plena irrealidad o en pleno infierno. O en los dos a la vez, en el hastío, nostalgia insatisfecha del tiempo, imposibilidad de alcanzarlo y de introducirnos en él... ¡Haber perdido tanto la eternidad como el tiempo!. El hastío es la cavilación sobre sobre esa doble pérdida. Lo que equivale a decir el estado normal, el modo de sentir oficial de una Humanidad expulsada por fin de la Historia”.

“A fuerza de permanecer sentados al borde de los instantes para contemplar su paso, acabamos no distinguiendo ya en ellos sino una sucesión sin contenido, tiempo que ha perdido substancia, tiempo abstracto, variedad de nuestro vacío” E.M.Cioran, “La caída en el tiempo”, Tusquets Editores.

Como decía al principio, creo que cuando estoy en los no lugares también estoy caído del tiempo.

martes, 11 de mayo de 2010

No pienses en esta anécdota

Uno de los fenómenos más curiosos en los tiempos que nos toca vivir es la proliferación de anécdotas que se insertan en el discurso de la incertidumbre, caos y crisis por doquier.

Anécdotas que adoptan todas las formas inimaginables, desde cualquier video viralizado de youtube, al perro Lukánikos, al “experimento” de qué le ocurre a un IPAD si le metes en la batidora o en el microondas, etc.

Creo que interpretar que su función social es la de servir como divertimento, como válvula de escape o distracción puede ser, aunque tengan también dicho cometido, demasiado simplista o restrictiva.

George Lakoff en su libro “No pienses en un elefante”, expone con claridad que nuestra manera de comprender la realidad depende de los “marcos” mentales que estructuran cómo interpretamos lo que vemos u oímos, qué tipo de metas nos fijamos, etc.

Mi hipótesis es que tal proliferación de anécdotas puede estar funcionando como mecanismo para “reinsertar”, focalizar nuestra atención en un espacio-tiempo fluido, actuando como pequeñas dataciones en nuestros relatos vitales: su viralidad les permite introducirse en nuestro discurso compartido, favoreciendo la propagación de múltiples “aquí y ahora” que actúan como verdaderos “lugares de encuentro”.

Mientras que en su papel de “distracción” o divertimento, cumplen una función fática, de simple engrase de la interacción con otros; en su rol de datación, de propagación de múltiples “aquí y ahora”, parecen apostar por transmitir y compartir códigos de marcos mentales.

¿Qué posibles marcos mentales subyacen al “perro Lukánikos”, el IPAD en la batidora, el video de “asereje” interpretado por una orquesta sinfónica…?

La reciente crítica de Obama cargando contra el divertimento como pervertidor de la democracia nos brinda abundantes pistas sobre tales marcos.

Frente al “carácter emancipador de la información” nuestra tendencia lúdica a ver/leer, transmitir, reenviar, retwittear, cualquier estupidez, parece condenarnos a no querer abandonar dicha servidumbre (la expresión emancipación pronunciada por uno de los Padres de la historia moderna, exhortando a la liberación de la “patria potestad”, es cuando menos paradójica).

Frente a una entrada en el mundo adulto: un mundo donde somos bombardeados continuamente con todo tipo de asuntos que nos exponen a todo tipo de argumentaciones cuya veracidad es, por lo menos, dudosa”; nuestra actitud por la anécdota nos condena a privarnos de los placeres del análisis ideológico, filosófico o institucional, haciéndonos, por tanto, incapaces de discernir la veracidad de los discursos que nos exhortan a la búsqueda de la verdad.

Frente al deseo de todo Estado de recibir con nitidez y claridad las opiniones de sus ciudadanos –cuya expresión más lacónica sería: una voz, un voto-, parece que nuestro comportamiento amplificador de anécdotas y estupideces, colapsa las antenas y oídos de nuestras instituciones: “...ello no únicamente supone una presión sobre cada uno de nosotros, también para el país y la democracia".

Frente a la seriedad y temor reverenciado que debería producirnos el cambio y la situación de incertidumbre actual, ante los cuales lo mejor es asumir una actitud prudente y defensiva (“no podemos parar los cambios pero nos podemos adaptar a ellos"), nos empeñamos, desde nuestra inmadurez y espíritu lúdico, en adoptar un comportamiento alocado subiéndonos al tren y dedicándonos a corretear por los vagones.

En fin, me atrevo a asegurar que nuestro carácter díscolo va a condenarnos a que no hagan carrera de nosotros.

lunes, 10 de mayo de 2010

Más problemas resueltos, pero resueltos en pura pérdida

"El mundo que habitamos es duro, frío, sombrío, injusto y metódico, sus gobernantes son o imbéciles patéticos o profundos perversos, ninguno está más a la medida de esta época, estamos superados, seamos pequeños o grandes, la legitimidad parece inconcebible y el poder no es más que un poder de hecho, un mal menor al cual nos resignamos. Si se exterminara, de polo a polo, a todas las clases dominantes, nada habría cambiado, el orden instaurado hace cincuenta siglos ni siquiera se turbaría, la marcha a la muerte no se detendría ya un solo día y los rebeldes triunfantes no tendrían más que la opción de ser legatarios de las tradiciones caducas y de los imperativos absurdos. La farsa se acabó, la tragedia comienza, el mundo se hará cada vez más duro, más frío, más sombrío y más injusto, y, pese al caos invasor, cada vez más metódico: incluso es la alianza del espíritu de sistema y del desorden lo que considero su carácter menos cuestionable, jamás se verá más disciplina y más absurdidad, más cálculo y más paradojas, en suma más problemas resueltos, pero resueltos en pura pérdida" Albert Caraco, "Breviario del caos", Sexto Piso Editorial

(Ver: El napalm no se inventó por casualidad)

sábado, 8 de mayo de 2010

Esta marca no fabrica para otras marcas: ¿y lo hace para sus consumidores y empleados?

Una crisis como la actual tiene de bueno que sirve para comprobar hasta qué punto tienen los píes de barro una parte de los referentes que constituyen el universo simbólico del consumidor de hoy: la marca.

Frente al “descubrimiento” de un consumidor algo más inteligente e informado (que parece no estar dispuesto a pagar de más por nada), muchas marcas de renombre han reaccionado de una manera defensiva sacando a colación los esfuerzos en I+D que realizan; su contribución en la generación de puestos de trabajo, sus denodados esfuerzos por la calidad y la protección de los consumidores, etc. Así mismo, se “han brindado” rápidamente a mitigar el esfuerzo económico que conlleva su adquisición por el consumidor: descuentos, más cantidad de producto por el mismo precio, ofertas 3 x 2, lanzamiento de versiones “básicas” de las mismas, etc.

Frente al coco de las marcas de distribuidor, también han salido rápidamente en la defensa de su singularidad narcisista: lo sentimos, pero no fabricamos para otras marcas.

Por encima del quebranto económico que a muchas marcas de renombre les está acarreando un consumidor pragmático, funcional, racional (elevado a las nuevas categorías de prosumer, crossumer), parece que el temor que tienen es que si éste llega a acostumbrarse a sus nuevas marcas, descubra el velo de ilusión que todo posicionamiento conlleva: que no hay aporte de valor más allá del que quiera darle el propio consumidor.

Es evidente que las marcas de renombre siempre se han preocupado por escuchar al consumidor, pero puede –como por otra parte nos ocurre a todos- que les haya resultado difícil comprender los vectores éticos que están implícitos en conceptos como identificación, compromiso, confianza, que subyacen a la idea de fidelización hacia la marca.

Es posible que sea difícil exigir a las marcas de renombre que asuman para sus clientes paradigmas éticos basados en la confianza o compromiso, cuando ellas mismas han hecho de tales valores cosas del pasado cuando se trata de la relación con sus propios “productores” (empleados, profesionales) y proveedores (por ejemplo, las pujas inversas para poder acceder a los servicios que ellas solicitan son, paradójicamente, el mismo mecanismo que niegan a sus clientes-consumidores -pagar menos por lo mismo- y que va en contra de lo que pregonan: si no hay rentabilidad no hay posibilidad de seguir invirtiendo en mejorar el servicio o la prestación).

Sin negar la relevancia del productor-consumidor (prosumer), parece que las figuras del “productor-productor” o del “proveedor-productor” quedan limitadas, en el mejor de los casos, a algunas defensas épicas coreadas en momentos de frenesí colectivo (léase arengas para tensionar a los equipos para hacer frente a los retos que se tienen y que nosotros, como no, también “yes, we can”).

Richard Sennet en “La corrosión del carácter” y Zygmunt Bauman ya indicaban las consecuencias del nuevo capitalismo en lo concerniente a los empleados: irrelevancia de su papel, falta de credibilidad en los mensajes de la dirección, superficialidad en las relaciones, no valoración de la experiencia, etc...:

“Cuando el empleo ha pasado a ser a corto plazo, una vez despojado de perspectivas sólidas (y mucho menos garantizadas)... hay poca oportunidad para que surjan y echen raíces la lealtad mutua y el compromiso (..) No es sorprendente que el compromiso actual del capital sea primordialmente con los consumidores, no con los productores. Sólo en este ámbito se puede hablar con sensatez de 'dependencia mútua'. El capital es dependiente, en cuanto a su competitividad, eficacia y rentabilidad, de los consumidores, y sus itinerarios están guiados por la presencia o ausencia de consumidores o de las oportunidades de 'producción de consumidores', de generar y fortalecer la demanda de ideas disponible”. Zygmunt Bauman, “La sociedad individualizada”, Editorial Cátedra.

Dejar a los empleados a su suerte (que se enfrenten con sus limitadas armas a la incertidumbre, a la flexibilidad sin límites) supone la ruptura de las bases sobre las que se asienta la confianza y la credibilidad en el Otro, siendo los mismos parámetros necesarios para toda relación efectiva de fidelidad hacia una marca (recordemos que algunas de las funciones de la marca son: reducir la incertidumbre que conlleva todo proceso de elección, aportar credibilidad a la relación de dependencia mutua entre consumidor y fabricante/proveedor del servicio, reconocimiento de la implicación en unos similares valores y significados sociales…).

Richard Sennet reconoció la importancia del diálogo como mecanismo terapéutico para la superación de los traumas que aquejaban a los empleados/desempleados:

“La curación que produce la narrativa viene precisamente del compromiso con la dificultad. El trabajo terapeútico no limita su interés a hechos que se resuelvan de la manera correcta. En cambio, una buena narrativa reconoce y prueba la realidad de todas las maneras erróneas en que puede salir la vida y, en efecto, sale... En el presente flexible y fragmentado sólo puede parecer posible crear narrativas coherentes sobre lo que ha sido, y ya no es posible crear narrativas predictivas sobre lo que será... El régimen flexible parece engendrar una estructura de carácter constantemente 'en recuperación'”. Richard Sennet, “La corrosión del carácter”, Editorial Anagrama.

Dicho mecanismo es, en buena medida, el mismo que utilizan los consumidores actuales (prosumers) a la hora de enjuiciar su relación con las marcas (cuestionamiento de las mismas, puesta en entredicho de la confianza ciega depositada en ellas, búsqueda de apoyo en lo que tienen que decir otros consumidores antes que en los mensajes institucionales o mediáticos de las marcas..), y a través del cual persiguen la creación de un nuevo relato vital: ¿cómo deben insertarse las marcas en nuestra historia?, ¿cuál es nuestro grado de responsabilidad en el poder que se otorgan?, ¿qué validez temporal conferir al contrato fiduciario con las marcas?.

Adoptar una visión “escotomizada” de la realidad (ceguera inconsciente), que lleve a negar que la relación entre la marca y el consumidor esté afectada de los mismos cuestionamientos que presiden otras relaciones en el marco interno de las empresas, puede conducir a muchas empresas a la adopción de medidas tácticas (sólo pensando en la actual crisis económica), obviando el nuevo marco de relación entre empresas/marcas y consumidores.

lunes, 3 de mayo de 2010

Elogio de la hipérbole evanescente o de los nuevos usos de la hecatombe

Marc Augé denomina el tiempo en que nos ha tocado vivir como de “sobremodernidad” toda vez que es el exceso lo que le caracteriza. La “aceleración” de la historia, la multiplicación de sucesos no previstos, constituye un elemento clave a la hora de comprender nuestro tiempo fluido.

“Lo que es nuevo no es que el mundo no tenga, o tenga poco, o menos sentido, sino que experimentamos explícita e intensamente la necesidad cotidiana de darle alguno... Esta necesidad de dar un sentido al presente, si no al pasado, es el rescate de la superabundancia de acontecimientos que corresponde a una situación que podríamos llamar de 'sobremodernidad' para dar cuenta de su modalidad esencial: el exceso”. Marc Augé, “Los no lugares. Espacios del anonimato”, Editorial Gedisa.

Dicha superabundacia de acontecimientos tiene como corolario una lucha constante por la búsqueda de la diferenciación, del logro del impacto, en el marasmo de dichos y hechos. Asistimos a una multiplicación de la singularidad: todo acontecimiento, si quiere atraer la atención, debe presentarse ante la audiencia como nunca antes vivido, superior en el “exceso” a lo anteriormente conocido.

Cada poco tiempo asistimos a un evento que se denomina así mismo como el “acontecimiento del siglo”; las crisis son, en su exceso, superiores a todo lo anteriormente conocido; los nuevos usos sociales (las redes sociales, los proyectos colaborativos, los Ipads de turno, etc.) van/ están cambiando nuestra visión de la realidad y nos proponen entrar en una nueva era prometedora de vivencias y experiencias jamás anteriormente soñadas, etc. Todo parece prometer un distanciamiento de nuestro pasado reciente, de la historia que hemos conocido.

La “sociedad del espectáculo” en nuestra época sobremoderna no busca hacer del simulacro una inversión de lo real, ni tan poco se erige en un analizador de las condiciones de producción/consumo imperantes: cuando lo real es sólo un “momento” de lo virtual, cuando el sentido es sólo un vínculo de lo hipertextual, cuando la “red” se vivencia como expresión de lo social; entonces los términos implosión-explosión colisionan, haciendo emerger líneas de fuga (los excesos del tiempo, espacio e individualización de los que habla Marc Augé) de las que todas las hipérboles actuales son sus manifestaciones más visibles.

La imposibilidad ideológica desde la que se posicionan los “excesos” y las hipérboles (no pretenden instaurar un marco de comprensión desde el que entender la realidad, ni buscan definir cuál es el horizonte temporal/social que dará sentido al actualmente vivido), hacen de lo evanescente la condición de posibilidad de su propia inteligibilidad.

Es en tal sentido, en el que la hecatombe (“el sacrificio de los 100 bueyes”) constituye hoy más que nunca expresión simbólica de nuestro modo de hacer frente a las angustias que nos acechan y caracterizan:

“Cuando vivamos con el sentimiento de que 'pronto' el hombre sólo será hombre, entonces empezará la historia, la verdadera historia. Hasta ahora hemos vivido con ideales, de ahora en adelante viviremos 'absolutamente', o sea, cada uno se elevará en su propia soledad. Y no habrá ya individuos sino 'mundos'” E.M. Cioran, El ocaso del pensamiento. Editorial Tusquets.