Reflexiones desde uno y otro lado del camino, a propósito de los Tiempos Líquidos.

domingo, 27 de junio de 2010

¿La eternidad? Sí, ahí a la vuelta en el supermercado.

Un breve repaso al dominical de hoy: “Moments. Haz que cada momento que vives dure para siempre”; “Eternity Aqua. Calvin Klein”; “El tiempo es reversible. Aquí tienes la prueba… Con Clarins lift anti-rides jour desafía al tiempo. En el corazón de este famoso tratamiento icono…”; “History begins every morning.  TAGHeur”; “La juventud está en tus manos. Reactívala. Génifique, activador de juventud”…

Si la publicidad es el gran trampantojo de nuestra sociedad, nuestra existencia tiene que estar ya cotizándose negativamente. Mientras los políticos del G20 se debaten en las incertidumbres del no-hacer haciendo, sus administrados se debaten en la búsqueda de la fórmula más exitosa de perennidad.

En ambos casos, su inscripción en el tiempo viene marcada por los signos de la caducidad y de un fluir que ya no está bajo su control. No es sólo que el poder económico no esté ya en manos de los Estados, tampoco lo es el espacio tiempo: sus fronteras hace tiempo que se han vuelto permeables a la globalización y el tiempo también cotiza en los mercados.

Nuestro terror a instalarnos en el decurso vital, a tomar conciencia de nuestro carácter mudable y transitorio (y más ahora que las esperanzas del hacer y de la redención han dejado de orientar nuestro transitar),  nos impulsa a la búsqueda de griales a precios aparentemente asequibles: los “famosos tratamiento icono” que nos ofrecen llevan en sí mismos la promesa de no cumplimiento de la misma. Reconozcamos que deben ser coherentes con su lógica del beneficio: deben auto agotarse en cada acto de consumo, para hacer viable el siguiente.

Como no podía ser menos, en esta sociedad del libre ejercicio a la incertidumbre, nuestra actividad debe orientarse a saber  acertar en la elección del “famoso tratamiento icono”.

El deseo y la fantasía de hacer “cada momento inolvidable”, para que nosotros seamos “monumento”, corre el peligro  de que se cumpla y nos instale definitivamente en un “día de la marmota” sin fin, convirtiéndonos en el Nuevo Sísifo de la postmodernidad.

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